Estamos en Sicilia, exactamente en el parque del Etna: con casi 60 mil hectáreas, rodea el volcán activo más alto de Europa. Tras recorrer las callejuelas bordeadas de lava, me detengo en Milo, una pequeña ciudad de unos mil habitantes fundada hace menos de un siglo.
A este pequeño pueblo entre el silencio y el estruendo del volcán, le debemos el paso de dos grandes artistas italianos de nuestro tiempo: Franco Battiato y Lucio Dalla. En los años 90, de hecho, Battiato invitó y convenció a Dalla para que comprara una casa en Milo, cerca de Villa Grazia, dando lugar a una alianza hecha de amistad y de compartir este lugar encantado.
Milo es la ciudad donde los dos artistas eran vecinos
Milo es una terraza sobre el mar Jónico rodeada de bosques. El municipio se eleva 800 metros desde las laderas del volcán, a los lados de las carreteras, la ceniza oscura nos recuerda su imponente presencia. Este mes de agosto, en la céntrica plaza del Belvedere ‘Giovanni d’Aragona’, se inauguró una obra de bronce a tamaño natural de los dos artistas: “Caro amico… E ti vengo a cercare” (Querido amigo… y vengo a buscarte).
Milo es una terraza sobre el mar Jónico rodeada de bosques. El municipio se eleva 800 metros desde las laderas del volcán, a los lados de las carreteras, la ceniza oscura nos recuerda su imponente presencia. Este mes de agosto, en la céntrica plaza del Belvedere ‘Giovanni d’Aragona’, se inauguró una obra de bronce a tamaño natural de los dos artistas: “Caro amico… E ti vengo a cercare” (Querido amigo… y vengo a buscarte).
Un homenaje que pretende poner a los visitantes en contacto con los dos cantautores, regalándoles un momento de intimidad. Lucio Dalla está sentado al piano, atento a la composición de una canción, mirando al mar, al maravilloso Golfo de Taormina. Franco Battiato está de pie frente a él, con expresión meditabunda, escuchando también la profunda voz de la montaña, el sugerente Etna.
Un monumento que las instituciones y el pueblo de Milo han querido como señal de reconocimiento hacia los dos artistas, fallecidos en la última década. Vivieron como vecinos, eligiendo Milo como su ciudad de elección. La escultura, cuya realización se encomendó a Plácido Calì, no tiene ninguna intención conmemorativa, no quiere que el espectador se enfrente a dos figuras ausentes que hay que celebrar. Franco y Lucio cruzan el límite entre la tierra y el cielo en esa terraza, cantando por el lugar infinito de la existencia.
Del mar a la montaña, el piano les sitúa de nuevo en el escenario. Cantan los contrastes sociales, los amores difíciles, las inquietudes, la poesía y nos hacen escuchar la audacia de sus canciones. La obra escultórica, realizada en la Fonderia Nolana de Nola (CE), pone a los visitantes en contacto con ese contexto creativo que distingue a los dos músicos. Todavía allí, empeñados en componer en medio de ese paisaje que los acogió y que todavía hoy, junto con la comunidad, los celebra con cariño.