Cada uno de nosotros tiene una vocación, algo que, a pesar de todos los deberes de la vida, buscamos continuamente para alimentar nuestra alma. Para mí, este es el caso de la literatura, de los libros, de los poemas, de las frases que cada vez quiero investigar. Al estar en una ciudad que todavía siento como nueva, voy un poco tímido en la búsqueda de afinidades electivas con las que compararme. Y tengo suerte.
Al final de un encuentro en el que poetas valencianos leyeron sus propias obras, conocí a Juan Luis Bedins, escritor y él mismo poeta. Bedins entró en la escena literaria en 1984 y, desde 2012, es presidente de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE). Asociación formada por personas que escriben en lengua castellana y que han nacido, viven o trabajan en Valencia, cuyo interés es la promoción de actividades culturales.
Nos reunimos para mantener una larga e interesante charla sobre autores, libros, tradiciones de la ciudad, pasiones comunes que podrían dar lugar a proyectos. Me entero con él de que existe el café del tiempo, un café que se sirve en un vaso con hielo y limón, y aunque no puedo opinar sobre el sabor, al no haberlo probado, el nombre me parece muy evocador.
Los poemas de Juan Luis Bedins
Muy amablemente me regala una de sus obras, un libro de poemas titulado Migración del alma, publicado por la Asociación literaria el sueño del búho. Como sugiere el título, los poemas investigan el paso efímero de la existencia. La vida y la muerte se recuerdan a través de matices de luz. Es como un rayo que atraviesa los poemas, ahora iluminando espacios de la vida cotidiana, ahora dejando al lector en la oscuridad, en el recogimiento que requieren ciertos versos.
Los silencios se extienden por el paisaje, una pausa que es un respiro antes de los microcambios que nos llevan lentamente a percibir que el alma se disuelve para convertirse en otra cosa. «Hay mucho amor/y demasiado olvido/en el patio interior de nuestras vidas”, una dicotomía que continúa como un lento vaivén, en el disfrute de las pequeñas cosas vívidamente descritas.
Insomne oleaje de silencios/sobre el blanco mar de las estrellas. Secreta armonía de palabras./Hálito de pechos/en la virgen cadencia de tu piel
Pasamos de las gotas de luz negra, a la niebla, a los gritos que parecen abrir el cielo y devolver la luz para volver a vagar en este himno a la vida. «Seres queridos,/nos convoco en esta hora milagrosa,/en esta hora en punto de mi vida/en que la delicada música del recuerdo/invade todas mis estancias,/nos convoco come testigos/de esta mutación necesaria y singular.»
Una metamorfosis que no es necesariamente la de la última hora, sino la continua evolución de la vida. Aquí, pues, el alma, con su migrar, crece día tras día, en medio de esa alternancia de luz y oscuridad que nos propone la obra.